Devorarme quieren.

El mar quiere comerme; Con su agua fría congelarme despacio, cristalizar mi sangre para romper mis vasos. Es oscuro y no tiene miedo, se alimenta de mi miedo, del temor que me produce la inmensidad, del temor que evoca el delicado ondular del líquido, ese ondular que desgarra cuando atormentado arrebata sin aviso alguno.

La noche quiere raptarme. Entrelazar sus dedos largos y delgados alrededor de mi cuello, arrastrarme y penetrar por mis ojos, la noche quiere ser eterna y en mi rostro inmortalizarse, se vale de sus aliados quienes torpes me mantienen despierto, y beben de mi vigoroso liquido nocturno.

El mar y la noche son acérrimos amigos.

a veces me agrada el sol, pensar en él eriza mis pelos, mis pelos que se erizan siempre que lo recuerdo. Hace tiempo que no ha regresado, se fue una tarde y herido me extendió su mano, lo ignore y en sus propias lágrimas se extinguió.

El agua se hace cada vez mas fría y la noche inunda, avanza por todos los rincones, por todos los estantes y por todos los libreros. En esos momentos me siento seducido, y hay en mí una leve atracción hacia la playa, y cuando estoy acostado en la cama un poco cálida de la cabaña siento que la atracción aumenta y camino hacia la playa. Y ahí parado con los pies mojados y arenosos me siento derrotado, siento que debo seguir caminando hasta que el agua entre por mi boca y como un remolino se adentre en mi ser. Congelarme y ser la comida del pez. Me siento derrotado, apesumbrado.

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